De manera similar, Dios desea que nuestras vidas estén en orden. Sin embargo, cuando el ser humano se aleja de Él, inevitablemente cae en un estado de confusión y desorden, perdiendo el sentido de dirección y esperanza. La Biblia enseña que, en sus propias fuerzas, el hombre no puede restaurar el orden en su vida. Jesús mismo advirtió que cuando alguien intenta limpiar su vida por su cuenta, sin depender de Dios, los enemigos espirituales encuentran la oportunidad de causar mayor caos, trayendo consigo más desorden y oscuridad (Mateo 12:43-45).
Por eso, sólo en manos de Dios podemos encontrar verdadera restauración. Cuando le permitimos entrar en nuestras vidas, Él organiza cada área, transformando el caos en paz, el vacío en plenitud, y el desorden en propósito. Este cambio no solo nos beneficia a nosotros, sino que nos capacita para ser instrumentos de Su orden en la vida de otros. Al experimentar Su gracia transformadora, somos llamados a reflejarla, ayudando a quienes nos rodean a encontrar en Dios la estabilidad y esperanza que tanto necesitan.
En este proceso, aprendemos que el orden que Dios establece no es meramente externo, sino profundo y espiritual, guiándonos hacia una vida de propósito eterno y relación íntima con Él.






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